Error


Descubres un error. Una imperfección. Una grieta en torno a la que el muro que constituye tu vida se desmorona. Y tú tratas de reconstruir la historia, preguntándote que has hecho de modo incorrecto; tratas inútilmente de calibrar tu interior para descubrir que anda mal en ti, creyendo ingenuo que eso te va a servir para reparar el daño.
Pero lo hecho está hecho y tu mente se niega a reconocer lo evidente. Intenta rememorar aquel momento una y otra vez, dándole mil y una vueltas, desrizando el rizo, construyendo una hipótesis tras otra: cada una más absurda que la anterior. Elabora hilos de pensamiento largos e intrincados, tratando de hallar un significado oculto a algo que no tiene ninguno.
Y tú te sientes mal, apenado, con un nudo en la garganta que crece por momentos, que no te deja ni hablar ni respirar. Ahora deseas el plácido sueño de la muerte más que nunca. Tu mundo ha dejado de tener sentido. Se ha detenido, todo ha dejado de fluir. El tiempo ya carece de valor.
«Nada permanece, nada es constante» Te repites intentando calmarte.
Pero eso no te basta: tu interior está encogido, atemorizado ante la vorágine de sucesos acontecidos; rebuscando algo que no existe.
Tu perspectiva se ha invertido completamente. Ya no eres especial. Tu luz se ha extinguido, tu mente ha fallecido. Ahora sólo eres una sombra, como los demás. Un simple mortal que deambula sin rumbo por su vida, guiado por una maldición inexorable con dos únicos fines posibles: La Muerte y el Olvido.
Dos fines que son uno, enlazados e inseparables.
Para bien o para mal.

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