Cacofonía

«Al principio eran los gritos. Discusiones acaloradas que hacían retumbar suelo y paredes; improperios lanzados al aire desde una u otra boca y que llenaban la noche con su crueldad y odio subyacentes.
Luego se hacía el silencio. Un silencio tenso y desolador que cubría el resto de sonidos como si éstos no existiesen. Un silencio atronador que se clavaba cual afilada aguja en lo más hondo, helando hasta el tuétano de los huesos de los desafortunados testigos.
A continuación, el eco apagado de unos pasos. Unas pisadas lentas y lánguidas que resonaban en cada roce con el parqué. Después, el chirrido de las bisagras de una puerta al abrirse y el consiguiente portazo al cerrarse.
Entonces venían los sollozos. Chillidos que hacían esfumarse todo resto de humanidad que quedara en la casa. Las lágrimas que se derramaban parecían repicar al contacto con el suelo; los lamentos que se escuchaban eran aullidos de ultratumba: la tristeza y amargura de una mujer que quería morir».

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