Esperanza desde la burbuja

Durante demasiado tiempo, he vivido en una burbuja. El mundo fluía veloz a mi alrededor, sin que yo tomara parte de su desarrollo. Mi corazón me decía que era lo correcto, que era lo que necesitaba para estar a salvo: éste y no otro es el motivo de mi caparazón.
El miedo a sufrir, el miedo a que los otros te hieran es un motor bastante potente para alejarte del resto de personas.
Llegan esos días en los que no necesito a nadie y todo me sale bien; días en los que me siento todopoderoso, capaz de realizar cualquier proeza con sólo desearlo. Entonces estoy confuso, porque la burbuja es cómoda y puedo actuar de forma independiente sin sentirme mal por ello.
Aunque luego están esos otros días en los que me canso de mantener la pose de entereza. Días de ésos en los que sólo me apetece romperme en pedazos, quebrarme como un vaso de vidrio al caer al suelo y esperar que haya alguien que se moleste en recoger mis trozosUna de esas personas que te dan un abrazo y te hacen ver las estrellas; que te hacen sentir querido y valorado; que te prometen el consuelo y la seguridad de un hogar cálido y confortable. 
¿No es eso, de hecho, lo que todos buscamos en otras personas? ¿Que alguien nos dé calor, amistad y amor incondicional; nos valore y nos quiera por lo que somos y no por lo que tenemos; nos de seguridad y nunca nos falle? 
Son estos últimos días en los que atisbo la luz al final del túnel. El tenue brillo del sol tras la tormenta que dibuja un arco iris a través de miríadas de centelleantes gotas de agua.
Ésa es la esperanza. 
Esperanza de romper la burbuja que durante tanto tiempo ha sido prisión y armadura. 
Una esperanza que al principio sabe amarga, pero que pronto se hace dulce. 

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