Cortocircuito

Estás hastiado de ese continuo ir y venir, de dar vueltas en círculos de un sitio a otro mientras haces malabares con los diferentes aspectos de tu vida, que se cruzan y entrecruzan como el entramado de un tapiz. 
Las sienes te martillean,  te pesan los párpados y tu garganta está completamente seca. Te duele todo: notas un agobio generalizado, un estrés que se transmite  como una corriente eléctrica por tus venas y arterias. Y crees que no vas a ser capaz de continuar: sabes que te vas a estrellar, que algo dentro de ti va a explotar. Tienes la certeza absoluta de que todo va a terminar en un cortocircuito: sufrirás un ataque de nervios y colapsarás. Esto no es vida: lo sabes, lo admites, pero te niegas a relajarte o a quitarte cosas que sabes es casi imposible compaginar.
Porque lo necesitas, necesitas esa marea de sensaciones asfixiantes y extenuantes ascender desde tu pecho; esa compleja maraña de estrés y agotamiento que te hace desear la explosión cada mañana. Necesitas sentir que tienes dos caras, que no estás definido por una sola cosa, que puedes hacer lo que desees cuando lo desees y que no va a haber limitaciones para lo que quieres: no, ni una sola. 
Y podrás estar agobiado, agotado, atontado; podrás estar cayéndote de sueño, pero no importa mientras puedas arrastrarte sin desfallecer. 
Porque has probado un modo de vida diferente, necesitas ese estrés para vivir, para creer que puedes lograr lo imposible; para que todo lo que cargas sobre los hombros te impida percatarte de la soledad que inunda tu alma. 
Por todo eso, aunque sepas que el cortocircuito es inminente y que, cuando suceda, tu vida cambiará para siempre. Y, probablemente, no para mejor.

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