Cazador cazado

En cierto modo, sigues pensando que mis huellas te llevarán a casa. Intentas rastrearlas, como los cazadores hacen con su presa, tratando de dilucidar hacia dónde me he ido, cómo es posible que me haya marchado tan deprisa y sin dejar ningún rastro. Corres entre los árboles, escuchando las ramitas y las hojas caídas crujir levemente bajo tus pies, mientras tus ojos recorren el bosque, en busca de la más mínima pista que delate mi paradero. La cuerda del arco que sostienes entre las manos se tensa, mientras la punta de la flecha en ella apoyada reluce con un siniestro resplandor a la luz de la luna que se filtra entre las copas de los árboles. La ira y el apremio son palpables en tu mirada: recorres una y otra vez el panorama, cada vez de manera más violenta y furiosa. Quieres encontrarme, pero no sólo para que te lleve a casa; sé perfectamente lo que de verdad quieres: mi corazón humeante aún palpitando, ése es el trofeo que codicias.
Como un cervatillo, me he escondido en la profunda espesura, ocultándome en esos espacios secretos que forman el mundo más allá de lo que el hombre puede llegar a entender. Siento cierta lástima por ti: nunca me encontrarás, por mucho que peines el bosque. Como todo ser humano, sólo ves el reflejo de la realidad que te rodea, tu mente no visualiza el cuadro completo, por eso nunca podrás atisbar mi escondrijo. Es duro decir esto por lo que llegué a sentir por ti, pero esos sentimientos jamás fueron recíprocos. Tú me ambicionabas, no me amabas: era un objeto, un trofeo que mostrar a los demás, un espejo en el que mirarte para ver cómo tu ego se crecía. ¿De veras te preguntas por qué salí huyendo?
La impaciencia y el ansia están desconcentrándote, haciéndote torpe, descuidado; sin darte cuenta, te diriges hacia una trampa que ingenuamente tú mismo plantaste para que yo cayese en ella. El cepo permanece bajo la hojarasca, invisible a ojos humanos, pero tan llamativo para una criatura del bosque como una bandera de colores ondeando delimitada por unas luces de neón.
Podría avisarte, bastaría con que estirase la cabeza o hiciese algún ruido para alejarte del peligro, pero entonces sería yo la que sería destruida. Y eso no va a pasar.
Así es la vida, así es la rueda cósmica, el karma: serás el cazador cazado, el acechador que por su soberbia caerá víctima de sus propias armas.
Y yo lo veré todo.

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