«Imagina que te despiertas una mañana con resaca. Crees que todo ha sido una pesadilla. Tratas inútilmente de ordenar tus pensamientos y recordar todos los detalles de algo terrible que intentaste ahogar en alcohol. Cuando lo consigues, sientes un vacío en tu pecho, un agujero negro que crece por momentos y te sume en la amargura más atroz. Por fin te percatas de lo que has hecho, de lo que te han hecho, una vez que la resaca y la confusión se han disipado ligeramente. Estás sola. Te han dejado por otra. Notas como la compresión de lo sucedido asciende hasta tu garganta y se enrosca allí. El pesar, la angustia y la pena empiezan a aflorar formando un torrente de lágrimas, mientras te abrazas las rodillas, buscando algo de consuelo. Lloras durante horas. Cuando te quedas sin lágrimas, sólo queda una densa y profunda oscuridad, un vacío sin final. Te levantas, te duchas, y te preparas algo de comer; todo ello sin pensar, sin pestañear, sin apenas respirar....