Hay quien dice que la confianza hay que ganársela. Esto es muy cierto, la confianza es algo que no se puede ofrecer de forma gratuita. Si se da sin reparos, muchas veces se sale perjudicado.
¿Por qué a la gente le aterra tanto ver y decir la verdad? ¿Por qué cada vez que oímos la palabra « mentira » , a muchos de nosotros nos tiembla la nuez? ¿O entrecerramos los ojos, respiramos agitados o, simplemente, desviamos la mirada, tratando de mantener la compostura? Nuestras pupilas se dilatan, nuestra voz se aflauta, sentimos deseos de mordernos la lengua para no hablar. Eso para algunos. Para otros, en cambio, es más natural. Mentir les resulta tan fácil como respirar. Pero no siempre todo es tal y como lo pintan. Siempre hay varios tonos de gris. Cuando eres un buen mentiroso, tú lo sabes, los demás no. Te sientes orgulloso, aunque te reconcome al principio, muy pronto la conciencia deja de darte la tabarra. Total…por una mentirijilla más. Pero no acaba ahí. Esa mentirijilla, te arrastra a otra mentirijilla y esta a otra, y esta a otra y esta a otra… y así sucesivamente. Pronto no estáis solo tú y tu inocente mentirijilla, porque tienes tejida en torno a ti una co
La noche más oscura trae consigo un miedo connatural, una angustia derivada de la confusión que surge cuando nos rodean las sombras y todo lo que sentimos es frío e inseguridad. Nos abrazamos entonces las rodillas, tratando de calmar ese terror cada vez más poderoso, intentando mantenernos firmes y serenos ante la ausencia de claridad. Lloramos y gritamos por la impotencia: poco a poco, esas tinieblas nos apresan en una jaula de dudas, estrés y pensamientos negativos, mientras la penumbra se hace cada vez más difusa y pronto ya no somos capaces de ver ni nuestro propio cuerpo. Queremos pensar entonces que estamos solos, que la oscuridad no puede hacernos daño; que no hay murciélagos ni criaturas de la noche acechándonos, esperando el momento propicio para saltar sobre nosotros y devorarnos. Pero en el fondo sabemos que no es cierto: la oscuridad nunca viene sola y, aunque los que se esconden en los armarios o bajo las camas sean un mero producto de fantasías infantiles, los monstr
Desde hace unos días siento cómo la vida me desborda, cómo las decisiones que en su momento debería haber tomado, reflexionando cuidadosamente, llaman ahora a mi puerta, como ansiosos acreedores a la espera de un pago que no puedo asumir. Y aquí estoy yo, bloqueándola, fingiendo que no estoy en casa, recostado contra la pared cubriéndome los oídos con las manos mientras entierro la cabeza entre mis rodillas. El futuro es un especulador y un mafioso cruel: le solicité un préstamo cuyos intereses son más elevados de lo que al principio pensé. Y ahora el contrato está firmado y sellado, y echarse atrás no es una opción. Lo único que se me ocurre hacer es esconderme, hacer oídos sordos a los esbirros que ha mandado tras de mí. Y las palabras, aquellas que inexorablemente determinaron mi camino, se repiten una y otra vez en mi cabeza, un eco palpitante y continuo como el del Corazón Acusador de Edgar Allan Poe; las agujas de un reloj que trazan su ciclo y cuyo retintín me enloquece; el p
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